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JULIO - SEPTIEMBRE 2021

TRONCO COMÚN


iteraciones del árbol

Los ojos están acostumbrados a la luz y así como se pueden acostumbrar a la oscuridad, se acomodan al paisaje: la hondura del valle, los tonos cambiantes pero permanentes de la tierra volcánica, las fisuras y desembocaduras; las vetas y grietas de los árboles. Cuando se cae una rama, queda el dolor fantasma y el nudo en la garganta se vuelve un hueco, comisuras de hongos. La ausencia y el silencio ahogan la mirada, que no enfoca cuando no identifica esa rama –sus hojas, su olor– en el paisaje. El peso del vacío, de la pérdida, corrompe la relación con uno mismo, cuando no logramos ver los fragmentos que se llevan las fibras de las vetas que la madera solidifica. Nos creemos incompletos, deseosos de recuperar esa parte que se imprime en la madera, en las venas de las hojas; en cassettes, vinilos, pósters, relojes. Perdemos a seres queridos y los buscamos en los objetos, adornos y en fotos. ¿Quedará un tronco? ¿Se echarán raíces desde un lugar común? Los objetos son más estáticos que la tierra, la materia y el cuerpo. 

Empezamos a educar los ojos cuando nos empezamos a ver distinto. Ver lo que es, y no buscar lo que era. Reconocer el recuerdo de las ramas, el brazo, la sintonía de las risas e descifrar el nuevo paisaje: el silencio habla fuerte. Detenerse en distintos puntos de la línea del tiempo (avanzando hacia atrás, retrocediendo adelante), y ver entonces de un mismo árbol, sus iteraciones. La recomposición de la materia: estamos enteros, aunque también nos han truncado. Lo anterior está vivo cuando se deforma, revisa y la mirada se vuelve más aguda cuando conversamos no con el objeto, sino con la intención y la sensación que conserva. Sobresalen las perfectas imperfecciones de acercarnos a la mirada de quien atravesamos, desde la raíz, para ramificar su intención pasada en el presente. Podemos enseñarle a nuestros ojos a extraer. 

Escarbar hasta encontrar el tronco común que desdibuja las líneas del tiempo, la acción de rozar los bordes de la incomodidad, lo incompatible. No se puede soltar, si no se recupera primero. La acción consciente de truncar, resembrar y retrasar es un punto de inflexión. Es donde se empieza a permitir. Integramos lo que creíamos haber perdido, cuando entendemos que los objetos no contienen la mirada, y que la mirada imita al árbol –sus ramas, sus variantes, sus posibilidades– y educamos al ojo, al tacto y a las palabras para volver a cualquiera de sus iteraciones. 

 — Patricia Trigueros

LA ARTISTA

ANA WERREN

OBRAS DESTACADAS