NORMAN MORALES
EL ESPACIO ENTRE NOSOTROS / SIEMPRE SEREMOS MODERNOS
julio 2018
EL ESPACIO ENTRE NOSOTROS /
SIEMPRE SEREMOS MODERNOS
Que el sentido de la realidad es discontinuo es algo que puede apreciarse en la sucesión de las diferentes formas del arte. Siendo un reflejo de las relaciones existenciales entre el ser humano y su circunstancia, resulta natural que, a medida que el contexto cultural cambia, las formas artísticas se transformen.
Si consideramos esta condición, el hecho de que el relevo de diferentes estilos artísticos se agotara con el delirio estético de las últimas vanguardias no debería de sorprendernos. En ese entonces, a pesar del anhelo moderno por determinar el sentido de la historia, el ser humano terminó por absolverse a sí mismo de todo paradigma ideológico, y con ello, por eximir al arte de cualquier tipo de dogma estético.
No obstante, en el momento en que aquella ilusión moderna comenzaba a disiparse, nos encontramos con un concepto clave para afrontar el panorama contemporáneo. La deriva, un ejercicio artístico y cotidiano planteado por un grupo de artistas revolucionarios que se denominaron situacioncitas, advertía el poder político implicado en desplazarse a través de la ciudad sin un rumbo determinado, en busca de experiencias desconocidas, con el objetivo de cambiar la manera de ver y experimentar la vida urbana. Una noción que, más allá de funcionar como una estrategia para resistirse a las dinámicas capitalistas de la ciudad moderna, se nos presenta como una metáfora del que probablemente sea el factor más determinante y urgente de reconocer sobre el curso de la historia: la incertidumbre.
El proceso creativo de Norman Morales (Guatemala, 1979) implica deambular en busca de experiencias espontáneas que le generen reflexiones acerca del impacto del entorno sobre la psicología del individuo. Su interés radica en el hecho de que ciertas estructuras y elementos cotidianos no sólo determinan cómo habitamos el espacio, sino nuestra manera de pensar; es decir, en los efectos ideológicos de la arquitectura y el arte. En este sentido, podría decirse, más que una preocupación por la manera en que los individuos habitan el espacio, su obra es una reflexión acerca de cómo el espacio habita a los individuos.
A partir de desplazamientos intuitivos a través de la ciudad y su encuentro con lo cotidiano, de los que obtiene impresiones personales, recolecta objetos encontrados y produce diferentes tipos de maquetas e imágenes, Morales ha elaborado una serie de obras que examinan las relaciones entre el espacio urbano y la idiosincrasia de las sociedades. Piezas como utopía, donde se busca expresar la frialdad en el estilo impersonal de ciertas edificaciones modernas en metáfora directa al sueño de nación desencantado por desarrollos políticos de poca envergadura y condenados a la incertidumbre, o Topografía, donde se ve la vulnerabilidad de un edificio al borde de un precipicio, son una respuesta a la manera en que la condición existencial del ser humano se manifiesta a través de la arquitectura.
Al mismo tiempo, respondiendo con un gesto creativo y generando un nuevo elemento ante la impresión que le produce cada situación, esta exposición es también una invitación a resistirnos al condicionamiento ideológico que nos impone el colectivo y establecer nuestras propias relaciones con el mundo. Un claro ejemplo de ello es la serie de pinturas Autoconstrucción, donde el sencillo gesto de retratar e intervenir el entorno inmediato resulta suficiente para destacar el poder político del individuo.
Irónicamente, a partir de un derivar sin una intención predeterminada, Morales ha conseguido producir un arte que asume con propiedad la perpetua contingencia del acontecer histórico. Ante un mundo sin ningún orden garantizado, una obra que nos invita a asimilar el azar de la experiencia y valernos de nuestra individualidad para producir un sentido de identidad propio, nos recuerda que el arte todavía puede tomarle el pulso a esta época de incertidumbre, y servirnos como guía en la perpetua reconstrucción de un significado.
— Diego Uribe, Bogotá, 2018.